Foto © Adrià Goula
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Mercado de la Barceloneta

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Ubicación
Carrer de l'Atlàntida, 08003 Barcelona
Año
2007

Siendo aún estudiante en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona_ETSAB, la Barceloneta formaba parte de nuestras discusiones.

Restaurantes a pie de playa que más tarde desaparecieron... calles estrechas, pisos pequeños, la ropa tendida en los balcones, las tiendas, los talleres... y su gente, que hablaba, y sigue hablando,  rápido y alto.

El proyecto supuso una oportunidad para volver al barrio de una manera interesada; se trataba ya no de una visita lúdica, de un descubrir su gente, sus bares,  su aroma... sino más bien de una comprobación del lugar con el afán de identificar aquello  que nos permitiera revelar sus cualidades y poderlo describir de  una manera precisa a propósito de un proyecto.

Un intento, en definitiva, de querer explicar una realidad, de ofrecer un nuevo y más completo sentido a un proyecto de arquitectura, más allá de resolver un programa, un encargo.

Ya en el concurso para el mercado hicimos un collage con unos peces fantásticos de Cesar Manrique, unos dibujos para niños que podían contener y explicar la alegría de esta gente, su vivacidad, su energía, su ilusión a pesar de muchas, a menudo, dificultades.

En realidad el Mercado siempre ha sido un elemento de cohesión social del barrio, un referente, a veces casi secreto y solamente visible  para sus habitantes.

Esta condición de densidad que tiene el mercado en relación a la ciudad debía de ser una condición  del proyecto, de manera que el edificio y su entorno más inmediato realmente deviniesen punto de referencia claro de esta pequeña parte de la ciudad de Barcelona.

Es sorprendente ver ahora las fotos que hicimos del mercado  durante  la construcción, cuando las piezas, los huesos,  de este enorme animal, se iban transportando por las calles hasta su lugar definitivo.

Este animal que ahora está prisionero en la trama urbana militar,  del barrio, sin posibilidad de escapar.

Creo que es bonito  pensar en el recuerdo de las mismas calles para cada uno de estos trozos transportados; cada vecino,   testigo por igual del edificio,  o al menos de algún fragmento del mercado.

Y sorprende incluso ahora, al recorrer nuevamente en la memoria esa construcción, que hemos compartido con los vecinos, con los trabajadores... la construcción final hecha por piezas, por pequeños trozos de una realidad mayor; el ensamblaje de estas piezas, de estos fragmentos,  cortadas en taller previamente, para hacer posible su transporte, y su entrada por las angostas calles hasta su llegada al espacio destinado al mercado.

El mercado quiere formar parte del barrio, de su trama urbana, y se redirige hacia las plazas anterior y posterior – antiguamente no existía la plaza, y las mismas naves que lo forman se cruzaban en el sentido longitudinal de éstas.

Las nuevas figuras  metálicas construyen los nuevos espacios del mercado, que no tocan  el suelo, sino que cuelgan  de la antigua estructura, no de una forma real, ya que las dos estructuras, la existente y la nueva, nunca cruzan diagramas de esfuerzos, sino que lo hacen en un falso equilibrio.

El edificio prisionero, domesticado, se retuerce en este espacio, se reconstruye con cierta violencia, y  adquiere una realidad que está entre la memoria de su antiguo ser y la  nueva ambición. Se despliega, se repliega, y va ofreciendo los nuevos espacios por descubrir.

Creo que hemos conseguido que el mercado pertenezca nuevamente al barrio con naturalidad; desde el interior del mercado las mismas ventanas de los vecinos se  superponen a nuestro cerramiento y forman parte de éste, y a la inversa. Es un mercado que puede entenderse como prolongación de la ciudad, del barrio, de las tiendas, de los bares, con una continuidad cotidiana. Y puede ser cruzado como cruzas un paso de peatones, casi sin mirar a lado y lado. Salas, restaurantes, tiendas, espacios de y para el barrio en definitiva... un sentimiento de pertenecer necesariamente a un lugar, de identificarse con él, y de participar de su energía.

Deseo que el edificio, más allá de ser el mercado del barrio, forme parte con su desparpajo, con  su visceralidad del carácter de este barrio tan especial, tan vital, de Barcelona, y que llaman  l’Òstia, por alguna que otra razón.

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